El imaginario en analógico

(Ecoparque de Buenos Aires) Estuve un mes en Buenos Aires y aproveché para tomar un curso de fotografía analógica con mi amiga Sofi, una increíble fotógrafa que conocí cuando estudiaba en Cuba. En el momento que estamos viviendo en las artes visuales, definitivamente siento una especie de fetiche con las artes del pasado. Como si quisiéramos rechazar el hecho de que la fotografía y el cine son ahora accesibles a todo el mundo, y entonces inventamos maneras de sentirnos superiores. De alguna manera siento que la fotografía analógica es la antítesis a las imágenes pobres. A diferencia de las imágenes digitales, que son tan rápidas, accesibles y fáciles de compartir gracias a lo poco que pesan como archivo, las fotografías analógicas son lentas. Requieren de paciencia, de dinero, y de acceso a una ciudad más cosmopolita como Buenos Aires, donde hay estudios de revelado. El estudio fotográfico envía las fotografías a través de un enlace de we-transfer, ya que si se envían por whatsapp o algo por el estilo, perderían su resolución.
Fotografía tomada con mi cámara analógica de mi amiga Sofi Me sucedió algo curioso que tiene de pronto que ver con la fotografía, pero quizás más con lo imaginario y los procesos lentos. La cámara que llevé es una vivitar v3800n del 2001 que funciona completamente manual. Según yo me gasté un rollo entero en fotos de los lugares que iba conociendo, incluyendo un reencuentro con algunos amigos queridos. Cuando llegué al estudio a revelar las fotos, me di cuenta que no salió ninguna de ellas, pues había colocado mal el rollo y no se tomó ninguna. Me dolió porque todo ese tiempo tuve una imagen mental muy clara de las fotos que había tomado, de lo que había visto y concebido tan claramente a través del lente. Fue terrible el momento en el que tuve que aceptar que esas fotografías nunca existieron más que en la captura que hice con mi mente. Luego aprendí bien a colocar el rollo y aquí están algunas de las fotos que sí salieron.
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